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LA NATURALEZA DE LA CORDURA Theodore Roszack

Actualizado: 4 mar 2019

Publicado en inglés en Psychology Today







Es curioso observar cómo los psiquiatras “se inspiran” al estudiar las disfunciones sexuales pero no toman en cuenta el potente lazo emocional que tenemos con nuestro hábitat natural. Ha llegado el momento de formular una definición de salud mental que incorpore el medio ambiente. Con ello, la próxima vez que te sientas decaído, tómate unos días libres y ve al bosque.

Hace poco asistí a una reunión del  “International Rivers Network, a San Francisco”. El conferencista programado era Dan Beard, cabeza del “US Bureau of Reclamation”. Luego de proporcionar detalles acerca de la forma en que se han destruido las cuencas de los ríos, terminó con una invocación: “De alguna manera debemos convencer a la gente que proyectos de este tipo son una locura”. Los aplausos sonaron desde todo el auditorio.

“Locura”…ante los desastres medioambientales, la palabra resuena en la cabeza. Acabar con la capa de ozono es una “locura”, exterminar rinocerontes es una “locura”, destruir los bosques tropicales es una “locura”. Nuestro sentimiento –  que surge desde las entrañas – es inmediato, y el juicio se emite con vehemencia. “Locura” es una palabra cargada con mucha emoción.

Infringir un daño irreversible a la biosfera puede parecer la forma más obvia de locura. Pero cuando miramos la literatura psiquiátrica occidental, no encontramos una categoría que hable de “locura ecológica”.

La Asociación Psiquiátrica Norteamericana enumera más de 300 trastornos mentales en su Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales (DSM). Entre las categorías más habituales en el DSM está el sexo. Al describir disfunciones sexuales, los terapeutas son muy productivos. Experimentamos trastornos de aversión sexual, trastorno de la estimulación sexual femenino, trastorno hiperactivo del deseo sexual (masculino y femenino), trastorno de identidad de género, trastorno pasajero de estrés por travestismo, síndrome de insensividad andrógina, fetichismo, fetichismo travestido con disforia de género, voyeurismo, froteuriosmo, pedofilia (seis variedades) y escatología telefónica parafílica.

De este modo, el DSM aborda la psicología como la arquitectura observaría un código de construcción. No obstante, es revelador que este manual sólo contemple – vagamente – un sólo elemento relacionado con la naturaleza: el trastorno afectivo estacional, un cambio depresivo ocasionado por los cambios estacionales. E incluso aquí, la naturaleza ocupa un lugar secundario: si el cambio de ánimo tiene que ver con un desempleo estacional, la economía toma la prioridad.

Los psicoterapeutas han analizado exhaustivamente todas las formas de relaciones disfuncionales a nivel familiar y social, pero las “relaciones disfuncionales con el medio ambiente” ni siquiera existen como concepto. Desde su inicio, la psicología occidental oficial ha limitado la salud mental al contexto interpersonal de una sociedad urbana e industrial: el matrimonio, la familia, el trabajo, escuela, la comunidad. Todo lo que no derive de un “psiquismo urbano”  parece no tener suficiente relevancia humana – o quizá sea que esto asuste demasiado como para ser pensado. Freud concluyó que la naturaleza es eternamente remota y que nos destruye, fría, cruel e implacablemente. Este sentido trágico de alejamiento de la naturaleza continúa persiguiendo a la psicología, que hace ver al mundo natural como remoto y hostil.

No obstante, las cosas empiezan a cambiar ahora. Durante los últimos 10 años, un número cada vez mayor de psicólogos ha empezado a localizar su teoría y práctica en un contexto ecológico.

Un elemento significativo es que  se ha llamado la atención sobre la típica estrategia de los medioambientalistas: asustar, avergonzar y culpar. Hay evidencia de que este enfoque causa más daño que beneficio. En este sentido, la ecopsicología ha planteado que algunos elementos de la destrucción medioambiental llevada a cabo por el hombre, tiene rasgos de adicción.

Analicemos los hábitos de consumo. En los talleres de ecopsicología, a menudo la gente admite que su necesidad de comprar es ”loca”. ¿Por qué compran aquello que no necesitan? Una respuesta común es: “Compro cuando estoy deprimido. Voy al centro comercial para ver gente”. Comprar cosas es fundamentalmente secundario – y, de hecho, poco hace para aliviar la depresión.

Algunos ecopsicólogos creen que, como la ludopatía , la depresión que lleva a la gente a consumir no tiene que ver con la codicia, sino con un vacío interior. Este vacío suele estar relacionado con experiencias infantiles de inadecuación y rechazo. O puede que tenga que ver con con la necesidad de la clase media por el éxito competitivo. La inseguridad consecuente puede conducir a una necesidad de consumo que nunca se satisface.

Si el diagnóstico de la adicción sobre el consumo es exacto, hacer sentir culpable al que la experimenta es peor que inútil. Ante una reprimenda, el adicto suele recurrir a la negación o la hostilidad. Y esto es terreno abonado para la aparición de grupos de grupos anti-medioambientalistas que acusan al movimiento ecologista de “verdecitos quejosos” o “ecofascistas” que exigen demasiados cambios demasiado rápido.

Como todo terapeuta sabe, las adicciones no se curan a través de la vergüenza: el adicto ya se siente profundamente avergonzado.Así, resulta fundamental dar con un mensaje positivo y benevolente que llene el vacío interior. Algunos ecopsicólogos consideran que la alegría y consuelo que ofrece el contacto con la naturaleza provee, por sí mismo, sostén emocional. Así, algunos de ellos emplean paisajes vírgenes, proyectos de reforestación o jardines como una nueva “oficina al aire libre.”

“La naturaleza cura” es uno de los enunciados terapéuticos más antiguos Desde la ecopsicología, se intenta encontrar nuevas formas de aplicar este conocimiento tradicional. Hace ya más de un siglo Emerson se lamentaba de que  que muy pocos adultos pudiesen ver verdaderamente la naturaleza. Si  efectivamente pudieran hacerlo, sabrían que en el bosque recuperamos la razón y la fe. Allí se siente que nada malo  puede ocurrir, ninguna desgracia o calamidad que la naturaleza no pueda reparar.

¿Por qué los terapeutas han hecho un uso tan limitado de este recurso terapéutico? Cuando se solicita a alguien a visualizar una escena relajante, nadie imagina una autopista o un centro comercial. Por el contrario, surgen imágenes de la naturaleza virgen, del bosque, del paisaje marino y del cielo estrellado. Al analizar con rigor este tipo de experiencias, la ecopsicología asume que está ampliando el contexto de la salud mental para incluir el medio ambiente natural. Asimismo, espera que nuestros “locos” hábitos ambientales sean más que simple retórica y que la palabra tenga tras de sí todo el peso de un consenso profesional.

A su vez, esto podría ser de enorme valor hacia la apertura de la gente a nuestra dependencia  – espiritual y física – frente a la naturaleza. No puede estar muy lejano el momento en que los legisladores de políticas ambientales puedan trabajar con un mayor compromiso emocional. Esto será posible a partir de  la defensa de la belleza y biodiversidad de la naturaleza  y su relación con la salud mental. Con ello, será posible asumir el ataque a las especies en peligro de extinción o a los viejos bosques, como un ataque a la cordura de la comunidad,de los niños, o de nuestra especie concebida como un todo.

Al devastar el medio ambiente, podemos estar corroyendo los cimientos básicos de la cordura: nuestro sentido de reciprocidad moral con el medio ambiente no-humano. Sin embargo la ecopsicología también ofrece esperanza ante el futuro. Aunque nuestro comportamiento sea “ecocida”, nuestro vínculo con el planeta resiste y algo en nuestro interior nos alerta contra esta locura.

Algunos ecopsicólogos han encontrado en sus pacientes evidencias de un duelo tácito por las grandes pérdidas ambientales que padece el mundo. A veces, de hecho, son los propios pacientes que solicitan que esta sensación de pérdida se tome en cuenta durante el tratamiento.En una carta a “Ecopsychology Newsletter”, una lectora informa confesar a su terapeuta su ansiedad por los problemas medioambientales. “Me deprimía que las cosas hubieran empeorado tanto y que ya no pudiera beber el agua del grifo de forma segura” .Su terapeuta, de forma típica, calificó sus sentimientos como  “obsesiones medioambientales.” Esta afirmación finalmente condujo a la paciente a buscar ayuda en otro lugar y a comprometerse con el movimiento ecologista.

Negar la importancia que naturaleza tiene en nuestras necesidades emocionales más profundas sigue siendo la regla en las terapias tradicionales, así como en la cultura en general. Y es es probable que esto no cambie hasta que los psicólogos amplíen el paradigma del Yo y que éste incluya el hábitat natural (como siempre ha sido el caso en las culturas indígenas, cuyos métodos de curación de almas dolientes incluyen a los árboles y los ríos, el sol y las estrellas).

En una conferencia titulada “Psicología Como si Todo el Planeta Importase”, en el Centro de Psicología y Cambio Social de la Universidad de Harvard, los psicólogos concluyeron que si el Yo se amplía e incluye el mundo natural, el comportamiento que conduce a la destrucción del planeta experimentará como autodestrucción.

Esta conexión íntima con el planeta supone tomar en serio nuestra herencia evolutiva en serio y localizarla en un marco ecológico. La ecopsicología refuerza ideas de ecologistas como EO Wilson, que sugiere que el ser humano posee una afiliación emocional innata con todos los organismos vivos (biofilia) que nos conduce contribuir a la biodiversidad.

Si nuestra cultura queda en desequilibrio con la naturaleza, todo lo relacionado con la vida queda afectado: la familia, el lugar de trabajo, la escuela, toda la comunidad y todo se impregna de locura. Por esta razón, la ecopsicología no pretende crear nuevas categorías psicopatológicas sino, más bien, mostrar cuál es el papel que nuestra desconexión ecológica juega en las patologías existentes. Por ejemplo, el DSM define el “trastorno de ansiedad por separación”, como una ansiedad exagerada ante la separación del hogar y de las personas importantes. Sin embargo, no existe una desconexión más generalizada que nuestra desconexión del mundo natural.

Freud acuñó el concepto de Principio de Realidad para designar el orden objetivo de las cosas a las que el psiquismo debe adaptarse si ha de calificarse como “sano”. Al construir su teorización en una época “pre-ecológica”, no incluyó a la biosfera. La ecopsicología intenta rectificar esto, construyendo una noción de cordura que se comprometa  con el amor por el planeta vivo que se re-crea con cada niño que nace.

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